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Conversaciones de Eduard Guardino

Sobre mi amigo Hokusai

Sobre mi amigo Hokusai

En Barcelona a 11 de febrero de 2005

 

Qué bien me siento al leer estos escritos de Hokusai, un amigo de los primeros años de vida:

 

“Desde la edad de seis años, yo tenía la manía de dibujar la forma de los objetos.

Alrededor de los cincuenta había publicado una infinidad de dibujos, pero todo lo que produje antes de los sesenta no debe tomarse en consideración.

A los setenta y tres, comprendí más o menos la estructura de la verdadera naturaleza, las plantas, los árboles, los pájaros, los peces y los insectos.

En consecuencia, a los ochenta habré progresado aún más.

A los noventa penetraré en el misterio de las cosas: habré llegado decididamente a un grado de portento.

Y cuando tenga ciento diez años, sea un punto o una línea, para mí todo estará vivo”

                               De Katsushika Hokusai, 1760-1849.

 

Fue mi madre quien me introdujo a los dibujos y pinturas de Hokusai, uno de los mejores pintores japoneses. Recuerdo que a los 10 años ya copié una hermosa pintura del monte Fuji lleno de nubes blancas como corderitos de lana contra un cielo azul. Sin darme cuenta,  mi madre me introdujo al amor al Japón, a su pintura, a su arte, al Libro del Te. Posteriormente ya por mi cuenta conocí a poetas como Bâsho con sus Haikus, forma sutil de poesía de lo efímero y de lo fugaz, conocí el Zen, traté de comprender el Shinto, curiosa religión autóctona, y me entusiasmé con el cine de Kurosawa y sin haber estado físicamente me sentía muy cercano al Espíritu del Sol Naciente, expresión que ahora no se usa, pero que siempre me ha fascinado, seguramente por su conexión con la inmensidad del Océano que desde allí se contempla como si la Tierra por Oriente se acabara como creían los antiguos.

 

Pero nunca había leído nada dicho o escrito por él. Claro que de un pintor se contempla lo que pinta o dibuja normalmente pero estas frases me han conmovido porque van más allá de la pintura y del arte.

 

Tienen una profunda vibración de vida, de conexión con el tiempo y del vivir con propósito.

Tiene una ingenuidad pasmosa del niño pequeño, y nos muestra la vida como una sueño que se resume en cuatro pinceladas. Después de trabajar años y años dice con toda naturalidad, el gran pintor dice que todo lo producido antes de los sesenta no debe tomarse en consideración! Y añade que a los setenta y tres, que seguramente es cuando escribe, comprendió, captó, aprehendió la estructura de la verdadera naturaleza, de las plantas, de los árboles, - fíjate que empieza por los seres vivos vegetales, - y continúa con los pájaros, los peces y los insectos. ¡Qué gran humildad, no cita a los mamíferos ni a los hombres y mujeres que retrata en sus movimientos tan bien! http://www.artelino.com/articles/hokusai.asp

 

Pero lo que más alegría da es que este hombre espera que a los 80 habrá, naturalmente, progresado más. Que a los noventa espera llegar a penetrar en el misterio de las cosas. Y naturalmente a los 100 ya será la rehostia. Pero no se para ahí, porque espera que a los ciento diez años, todo estará vivo, sea punto o línea. Es decir sea lo que sea se fundirá con todo como si fuera uno con todo. Qué bonito! Qué gran confianza en el progreso de su arte, de su captar la realidad. Está tan absorto en su vida viviéndola, que imagina los 80, los 90, los 100, los 110 y seguiría porque se siente como fuera del tiempo.

 

Lo que más me ha emocionado es que hasta los sesenta todo lo hecho no vale mucho, dice, no debe tomarse en consideración, con esa proverbial humildad de la educación japonesa de antes. –Mi humilde persona le ruega que le haga el honor de tomar el té conmigo-.Qué ánimo para todos los humanos que ya tenemos 60 años o setenta o más. A los 60 podemos aún esperar avanzar y podemos alcanzar incluso con tesón y esfuerzo, claro, entender más o menos la auténtica estructura de la naturaleza, no sólo de las plantas y árboles, sino de toda esta realidad que pasa por nuestra visión cada día entrando por nuestros ojos, o nuestros oídos. Captar la armonía secreta de la vida y de los cielos, de las montañas y de las estrellas, pero también de los pueblos, y de los que sufren, de los vivos y de los que nos han precedido, de nuestros antepasados.

 

Hace mucho tiempo que me rondaba escribir. No sé si buscaba el tema o la ocasión. No encontraba el momento. Pensaba que ya no valía la pena, que ya era tarde. Otros días, cuando una voz me volvía a susurrar que escribiera, cuando dialogando con mi otro yo, sobre vivencias o sobre ideas o sobre tantas y tantas cosas, volvía a decirme que hay tanto para decir que no vale la pena empezar. Y, estos últimos días este otro yo me lo decía más a menudo, había un deseo de plasmar por escrito, de poner en palabras, lo más íntimo, lo más nebuloso, lo que casi se murmura o se barrunta sobre el sentido de la vida, de la trayectoria de la vida, del sentido o del no-sentido o del saber vivirla simplemente.

 

Las palabras de Hokusai me resuenan como si mi madre me dijera a través de él que sí, que aún tengo tiempo. Que tanto da que mi vida  dure un día o 25 años más, que somos eternos y que hemos de actuar como si hoy fuera el ultimo día, que es igual tanto si lo pudiéramos saber como si fuéramos a superar los cien años. Que hay que actuar impecablemente. Esto lo decía el Don Juan de Castaneda: En el camino del guerrero, el guerrero sabe que no hay sentido, que al final no hay nada; lo importante  es que hay que recorrer el camino mismo y que el guerrero lo sabe y lo asume y sabe que lo único importante es actuar impecablemente.

 

Y en este diálogo conmigo mismo, con este otro que me observa, que soy yo también o lo que es lo mismo que

 

Yo no soy yo.

Soy este
que va a mi lado sin yo verlo,

que, a veces, voy a ver,
y que, a veces olvido.

El que calla, sereno, cuando hablo,

el que perdona, dulce, cuando odio,

el que pasea por donde no estoy,

el que quedará en pie cuando yo muera.

 

                                      Como dice Juan Ramón Jiménez

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